Recuerdo que cuando era niña me cuestionaba interiormente el sentido que tenia la vida tal y como yo la conocia. Con siete años hice la primera comunión y me esforzaba en cumplir todos los preceptos impuestos a los catolicos. Durante mucho tiempo me obligué a ir a misa todos los domingos, confesar y comulgar, más que nada por miedo a la posibilidad de ir al infierno. Todo ese rollo del cielo y el infierno no acababa de convencerme solo que entonces yo aún no sabia que existía otra verdad y que yo podia buscarla.
Recuerdo muchas cosas de mi niñez, aunque todo enmarcado con un tinte de melancolia y tristeza. Eramos una familia española tipica de los años sesenta, de padres modestos que habían sido niños de la guerra civil; que portaban una dura carga a sus espaldas: el miedo a las bombas, miedo al hambre, miedo a perder a los seres queridos, miedo al futuro… un miedo inquietante y abrumador a no saber que iba a ser de su vida, un miedo real y latente a no saber que iban a comer, no ya al otro dia, sino ese mismo, un miedo a no saber si iban a tener trabajo, y si lo encontraban miedo a no tener alpargatas para poder ir a trabajar o a no poder comer para tener fuerzas para realizarlo...miedo ante todo, la palabra que le he escuchado a mi madre repetir durante toda mi vida y la emoción que ha acompañado a mi familia siempre, miedo…Una familia con cuatro hijos, casi ninguno elegido conscientemente, sino que vinieron porque la falta de medios e información de aquel entonces asi lo quiso. Cuatro hijos a los que había que sacar adelante como fuera.
Eran unos padres, como tantos de la epoca, cuya preocupación constante no era alimentar la autoestima de estos cuatro hijos, ya que ni ellos mismos habían tenido tiempo de conocerla, sino proveerlos de alimento y abrigo para que se criaran sanos y fuertes. Padres que no podian inculcarle a sus hijos la alegría de vivir, pues a ellos los devoraba el miedo.
Crecí asi con una madre que siempre, pasara lo que pasara, veía el vaso medio vacío. Aprendí a ser negativa, depresiva… Aprendí que la vida es un valle de lágrimas, que la gente es mala, egoísta y envidiosa, que hay que vivir con miedo, que no se puede ser feliz, sobre todo si algo nos va mal, y que la culpa de nuestra infelicidad es siempre culpa de algo externo y sobre todo de los demás. También que el estado natural del ser humano es estar preocupado. Para ella “preocuparse” es sinónimo de querer, así que siempre hay que estar preocupado por los demás. Si amas a alguien debes preocuparte. Aclaro que preocuparse significa tener miedo de que algo le ocurra, anunciarselo y repetírselo hasta la saciedad, pero sin ninguna acción positiva para evitar que eso malo no ocurra. Es decir, para evitar las desgracias hay que tener miedo, un miedo que te evite arriesgarte y en definitiva “vivir”.
Llegué a convencerme de que hiciese lo que hiciese nunca podría sentirme bien ya que si no era una cosa era otra, siempre algo andaba mal.Durante bastantes años viví dejándome llevar por la inercia. Sufría y gozaba como cualquier ser humano. Me sentía desgraciada cuando algo iba mal y se lo achacaba, igual que la mayoría, al castigo divino. Y cuando las cosas iban bien me alegraba y le daba gracias a Dios por haberme bendecido. Creía que la suerte era algo que Dios repartía a su antojo y me indignaba cuando supuestamente alguna desgracia se cernía sobre alguien que no se lo merecía.Pasé años temiendo el castigo del infierno cada vez que mi comportamiento no era el que dios esperaba de mí.
Con los años tuve la suerte de que la enfermedad me lanzara a buscar otra vision de la vida. Emprendi una carrera en busca de respuestas. He leido mucho, he buscado mucho. He aprendido mucho. He desaprendido muchas de las viejas creencias pero aun me queda mucho que recorrer. Me ha costado darme cuenta de que no solo se trata de aprender la teoria sino que lo difícil es ponerlo en práctica.
Y en ello ando. A veces, como ahora, me quedo atascada y todo se vuelve negro como antes, pero me obligo a mirar atrás y recordar que quiero seguir aprendiendo. Cuando consigo ver de nuevo la luz al final del tunel recojo mis pedacitos y prosigo mi camino.
Se que no debo culparla a ella, pues he aprendido que cada uno tiene dentro de si el poder de decidir su realidad y ella no esta dispuesta a cambiar la suya pero yo estoy a tiempo de hacerlo con la mia. Reconozco que ella lo ha hecho lo mejor que ha podido, pero si me dejo de hipocresías y miro en mi corazon tengo que reconocer que aun siento rabia. Se que esa rabia me daña a mi y por eso deseo desprenderme de ella.
Ella ahora tiene 82 años y no quiere abrir su mente y eso, si no fuera porque lo estamos sufriendo todos los que estamos a su alrededor, en cierta forma me daria igual, pues una de las cosas que he comprendido es que la falicidad es un estado del que cada uno es responsable y que nadie le puede facilitar la felicidad a otro. Con su actitud cada dia pone a prueba mi nueva forma de ver la vida y eso es demasiado pesado. Es como si un alumno tiene que hacer un examen en cada clase diaria.
Si supero esta prueba sé que saldré muy fortalecida pero en los momentos en que mis fuerzas flaquean el desaliento puede conmigo.He pasado unos días en los que parecia que el cielo sería siempre negro. Esta noche de nuevo siento que mañana va a salir el sol y me alumbrara con sus calidos rayos.
Como de cada crisis saldré fortalecida y con algo nuevo aprendido.